Los días posteriores a la llegada de los sobrevivientes de la manada del Sur fueron un ir y venir constante en la clínica. El aire estaba impregnado de una mezcla de hierbas medicinales, sangre seca y desinfectante. Entre camillas y mantas improvisadas, los heridos luchaban por recuperarse.
Lyra trabajaba sin descanso, moviéndose de un lado a otro para atender a todos. Vendaba heridas, preparaba infusiones y revisaba que los cortes no mostraran signos de infección. La mezcla que había preparado contra el veneno de los vampiros funcionaba; gracias a ella, muchos habían sobrevivido, incluso aquellos que llegaron en condiciones críticas.
Sena, a pesar del dolor por la pérdida de su familia, acudía todos los días para ayudar. Cargaba mantas, ofrecía palabras de aliento y repartía agua fresca y alimentos. Su dedicación era admirable, y junto a Lyra y otros voluntarios, lograba que la atmósfera no se llenara por completo de desesperanza.
En medio de una de sus rondas, Lyra sintió que alguie