Las velas que aún quedaban encendidas en la cueva titilaban débilmente, lanzando sombras alargadas sobre las paredes húmedas. Elijah se detuvo frente a la entrada, observando a los suyos. Habían pasado meses escondidos, sobreviviendo con lo poco que podían encontrar. Cada día, las miradas se volvían más vacías, los cuerpos más débiles.
Respiró hondo, como si aún necesitara hacerlo, y dijo con firmeza.
—Hemos conseguido un mejor lugar, preparen sus cosas y nos iremos.
Los murmullos comenzaron de inmediato. Kamila, de brazos cruzados, lo miró con esa mezcla de desdén y desconfianza que nunca intentó ocultar. Lo tomó del brazo y lo arrastró lejos.
—¿Y a dónde piensas que iremos? —preguntó con ironía—. ¿A entregarnos a los lobos como ovejas? ¿Tomaremos esa oferta, en serio?
Elijah sostuvo su mirada.
—Es un lugar amplio. Es seguro. Hay agua, refugio, y sangre suficiente para todos.
—¿Y quién te lo ofreció? —intervino uno de los vampiros más jóvenes, con el rostro hundido por el hambre