El viento del norte silbaba entre los árboles, trayendo consigo el olor a pino, tierra húmeda y un leve rastro de sangre seca. Elijah levantó la vista cuando divisó las armas y los vigilantes a un par de kilómetros. La manada de Lobos ya estaba al frente y los lobos guardianes estaban alerta en la entrada.
Un gruñido resonó en la distancia, bajo, profundo, una advertencia.
Ragnar se adelanto un par de pasos y soltó un gruñido antes de hablar.
—No les hagan nada —ordenó con voz firme. Sabía que eso sería suficiente para detener a sus guerreros.
Los guardias, aún tensos, se miraron entre sí antes de obedecer. Bajaron las armas lentamente, aunque sus ojos seguían fijos en los vampiros, cada músculo preparado para atacar si algo salía mal.
Lyra avanzó despacio, entre Ragnar y Elijah, su presencia bastó para que el aire pareciera calmarse un poco.
—Ellos están conmigo —dijo con voz clara, aunque dulce—. No les harán daño.
Elijah inclinó la cabeza en señal de respeto, sus ojos carmesí re