Su expresión de pánico aumenta y la mujer levanta el soporte de la bolsa para demostrarle el obstáculo. Su cara de humillación, dibujada en su atractivo rostro barbado, es todo un poema.
—Joder —masculla, y deja caer la cabeza sobre la almohada y cierra los ojos para ocultar la vergüenza.
—Iré a llamar al médico —dice la mujer con tono burlón mientras sale de la habitación y me deja de nuevo a solas con mi pobre marido dependiente.
—Sácame de aquí, nena —me ruega.
—De eso, nada, White. —Vierto un poco de agua en un vaso de plástico, meto en él una pajita y se lo acerco a los labios resecos—. Bebe.
—¿Es agua embotellada? —pregunta mirando la jarra que tiene al lado.
—Lo dudo. No seas tan tiquismiquis con el agua y bebe.
Obedece mi orden y da unos pocos tragos.
—No dejes que esa enfermera me bañe en la cama.
—¿Por qué no? —pregunto dejando el vaso en el mueble que hay junto a la cama—. Es su trabajo, Nick, y ha estado haciéndolo muy bien durante las últimas dos semanas.
—¡¿Dos semanas?!