—Oh. —Abre los ojos como platos, consternado—. Buenos días, Cathy.
—Buenos días, tortolitos. Tienen que comprarse pijamas. —El tono divertido de la mujer hace que sienta todavía más pudor—. O al menos dejarse la ropa interior puesta. Voy a la cocina a prepararles el desayuno.
Oigo cómo se aleja apresuradamente dejándonos aquí desnudos y exhalo con desesperación mientras dejo caer la cabeza sobre el pecho de Nick, que se echa a reír. Claro, a él no le importa porque yo estoy cubriendo sus vergüenzas.
—Buenos días, nena. —Mueve las piernas para estirarlas sobre el sofá y mi cuerpo se desliza entre ellas—. Deja que te vea la cara.
—No. La tengo como un tomate. —Me pego todavía más a su cuello, como si la vergüenza fuese a desaparecer si la oculto el tiempo suficiente.
—Vaya, qué tímida —dice. Está sonriendo, lo sé. Y aunque me gustaría limitarme a sospecharlo, no me lo permite y me obliga a mirarlo para confirmarlo. Tiene una amplia sonrisa dibujada en el rostro—. ¿Vamos arriba?
—Sí —gru