—Me entristece —reafirma—. Bésame, mujer.
No quiero seguir pasando esta vergüenza, así que me rindo y le concedo lo que quiere. Es la manera más rápida de salir de esta situación. Pero entonces todo el mundo empieza a aplaudir, y al instante Nick abandona mis labios, empieza a saludar inclinándose y gira a sentarme en mi silla.
¿Vamos a quedarnos?
—La amo —dice encogiéndose de hombros, como si eso explicara por qué acaba de tirarme al suelo para exigirme que le declare mi amor y de anunciar ante un montón de extraños que estamos esperando mellizos.
—¡Mellizos!
Doy un brinco ante el grito de emoción en un mal inglés del camarero, que agita una botella de champán delante de nosotros. Me sabe fatal. Es muy amable por su parte, pero ninguno de los dos vamos a bebérnoslo.
—Gracias. —Le sonrío, y rezo para que no se espere para ver cómo brindamos y bebemos—. Muy amable.
Debe de haber escuchado mis oraciones o de haber visto mi cara de apuro, porque se aleja y me deja observando el entorno.