Me transformo en un amasijo salvaje de brazos y piernas. Probablemente lo estoy golpeando, pero no puedo controlarlo. Además, le está bien empleado. La sorpresa inicial se ha transformado en una ligera ira, y me encuentro forcejeando con las manos que me atrapan. La sal me escuece en los ojos cada vez que intento abrirlos, y mis pulmones están a punto de estallar… hasta que de repente siento su cabeza entre mis piernas.
Emerjo a la superficie e inmediatamente libero el aire de mis pulmones con un grito de furia.
—¡Nick! —Estoy sentada sobre sus hombros mientras nos dirige a la orilla, agarrándome de los gemelos.
—¿Qué pasa, nena? —Él ni siquiera jadea.
—¿De qué vas? —Empiezo a golpearle la cabeza unas cuantas veces hasta que finalmente lo agarro de la barbilla y le levanto la cara—. Déjame verte —le ordeno con agresividad.
Se echa a reír.
—Hola.
—Eres un peligro.
Se desplaza por el agua sin el menor esfuerzo, como si fuera alguna criatura de otro mundo.
—Me amas —dice seguro de sí mis