—Ya lo sé. —Empieza a percutirme, gritando explícitamente una y otra vez, y entonces me grita—: ¡Córrete!
Mi cuerpo libera la tensión y empieza a sacudirse con violentos espasmos, palpita con los persistentes e incesantes estallidos de placer. Estoy ardiendo. Su semen me inunda y él se detiene, gimiendo y gruñendo.
Su respiración es agitada, al igual que la mía. Sigue apoyado sobre los brazos y está sudando abundantemente mientras yo muevo la cabeza de un lado a otro, casi desorientada por la intensidad de mi orgasmo.
—Has hecho que pierda el control, Addison —resopla enfurruñado—. Maldita sea, me vuelves completamente loco.
Dejo caer los brazos por encima de mi cabeza sobre la arena mojada y noto al instante que hay otro charco de agua. Mi cuerpo no lo nota. Sigo caliente.
—No les harás daño —insisto, jadeando.
Sacude la cabeza como si él también estuviera desorientado. Abandona mi cuerpo, se deja caer sobre los antebrazos y toma mi pezón entre sus labios. Apenas siento el calor de s