Ahora estamos en la cocina: Nick tirado en un taburete, mirando la ecografía sin moverse, y yo bebiéndome un vaso de agua, esperando que mi hombre vuelva a la vida. Le doy media hora, luego le tiraré un cubo de agua fría.
Voy arriba, llamo a Lucas y oigo su grito ahogado de sorpresa, primero por la dramática persecución en coche y después por la buena nueva de los mellizos. Luego se ríe. Me ducho, me seco el pelo, me echo crema y me pongo mis pantalones de pescador tailandés. Al menos estos se irán ensanchando al mismo ritmo que mi barriga.
Cuando vuelvo abajo, todavía está sentado e inmóvil en la isleta, mirando la imagen de la ecografía.
Algo frustrada, me siento a su lado y acerco su cara a la mía.
—¿Vas a volver a hablar algún día?
Sus ojos vagan por mi rostro durante una eternidad. Finalmente, encuentran los míos.
—Joder, Addison. No puedo respirar.
—Yo también me he quedado a cuadros —confieso, aunque no tanto como él.
Sus dientes se ciernen sobre el labio inferior y lo agarran