—Además... —Dejo la pila sobre la mesa y me pongo de pie—. Yo no sé manejar un látigo, así que no creo estar lo bastante cualificada. —No sé por qué he dicho eso. No era necesario y ha sido de mal gusto.
Se queda de piedra y veo que se reclina en su sillón con una mezcla de incredulidad y enfado.
—Eso ha sido muy infantil, ¿no te parece?
—Perdona. —Tomo mi bolso—. No ha sido a propósito.
Mark vuelve con nosotros y rompe el incómodo silencio.
—Estarán aquí dentro de una hora —anuncia al tiempo que se guarda el teléfono en el bolsillo—. Antes de que se me olvide, otros tres socios han solicitado cancelar su suscripción.
Nick arquea las cejas, siente curiosidad.
—¿Tres?
—Tres —confirma Mark de camino a la puerta—. Tres mujeres —añade saliendo del despacho.
Nick apoya los codos sobre la mesa y hunde la cara entre las manos. Me siento fatal. Suelto el bolso, camino hasta él, hago que se recline en el respaldo y me siento encima de la mesa, frente a él.
Me observa y se muerde el labio.
—Yo