Él ralentiza las arremetidas para que ambos comencemos a descender de nuestras maravillosas nubes y yo lo retengo con fuerza. Mis músculos internos se contraen a su alrededor mientras él traza círculos suaves con la cadera.
—Mírame —me ordena suavemente. Inclino la cabeza para mirarlo y suspiro de felicidad mientras él analiza mis ojos. Vuelve a mover la cadera y me planta un beso en la punta de la nariz—. Preciosa —se limita a decir mientras me toma de la nuca y me acerca hacia él para que mi mejilla descanse sobre su hombro. Me quedaría así para siempre.
Mi espalda se separa de la fría pared y Nick me traslada hasta el lavabo, todavía dentro de mí, palpitando y dando sacudidas. Sale de mí y me coloca sobre el mármol.
Me agarra la cara entre las palmas de las manos y se inclina para besarme. Sus labios permanecen pegados a los míos en una muestra de afecto absoluto.
—¿Te he hecho daño? —pregunta con la frente arrugada de preocupación.
Yo me deshago al instante. Quier