Sé que si me estiro soltaré un alarido. La tremenda necesidad de moverme lucha contra mi instinto natural de permanecer quieta para evitar los pinchazos. Los acontecimientos del día anterior me vienen a la cabeza en cuanto abro los ojos: todo aquel horror, los sonidos de los látigos, los estallidos de dolor, la angustia y el tormento. Y todo ello ha aparecido de golpe en mi cerebro, sin la más mínima cortesía matutina.
Abro los ojos y veo que Nick está profundamente dormido en la misma posición en la que recuerdo haberlo visto por última vez, con la mano sobre mi mejilla y el rostro pegado al mío, los labios separados y respirando de manera tranquila y sosegada sobre mi cara. Parece tan sereno, con las largas pestañas adornando su rostro y el pelo rubio revuelto como todas las mañanas. La barba de un día y los rasgos atractivos y despreocupados tan cerca de mí hacen que esboce una pequeña sonrisa. Detrás de su manera de ser imposible e irritante se esconde un hombre d