—Qué gusto, nena —dice con voz grave, y una chispa se enciende en mi entrepierna—. ¿Quieres ayudarme?
Mi mirada recorre su cuerpo de nuevo hacia sus ojos.
—Vete a la mierda —respondo tranquilamente, sin preocuparme por mi lenguaje. No puede castigarme de una manera peor que ésta.
—Esa boca —dice a duras penas con un gemido, y yo lucho contra las esposas—. Vas a hacerte daño, Nick. Deja de resistirte —dice con la voz quebrada, mientras sigue deslizando el puño por su sólida extensión.
Tal vez si me resisto lo suficiente acabe liberándome. Le preocupará que me haga daño. Todo el mundo sabe lo mucho que le preocupa mi seguridad. Me retuerzo un poco más.
—¡Para! —grita, y de repente empieza a frotarse a más velocidad. Esto me está matando pero, joder, me encanta verlo así, arrodillado sobre mí, masturbándose. Todos los músculos de su pecho, sus brazos y sus muslos se tensan más todavía, y la vena de su cuello se hincha.
—Por favor —ruego. Necesito tocarlo.
—No es agradab