—Abre —me ordena, y abro la boca para que tenga acceso a mis dientes.
Empieza a cepillármelos con cuidado, trazando círculos lentamente y con paciencia, mientras me sostiene la mandíbula. En su frente se dibuja su arruga de concentración y sus ojos brillan de contento, y sé que es porque está realizando una de las tareas del trabajo que se ha autoasignado: cuidar de mí.
—Escupe —me ordena tras sacarme el cepillo.
Vacío la boca y dejo que me limpie los restos de pasta de los labios con el dedo. Me mira mientras se mete el pulgar en la boca y se lo chupa. Estoy cansada, pero no tanto. Me abro de piernas, lo agarro de la camisa, tiro de él y lo pego contra mí con todas mis fuerzas.
Él me sonríe.
—Parece que te has despertado. —Me toma la cara con las dos manos y me planta un beso tierno en los labios.
No me he espabilado del todo, pero me ha puesto una de las manos en el lugar adecuado y sé que voy a hacerlo.
—Eres tú. Es instintivo. —Todavía sueno medio dormida.
—Pensaba