Bien, debería resultarme bastante fácil, pero, para mi total sorpresa, la idea de no volver a verlo me produce unas punzadas terribles en el estómago, lo cual, por supuesto, es totalmente absurdo.
Ante mi silencio, empieza a avanzar hacia mí y, con apenas unos cuantos pasos largos y firmes, se planta justo delante de mí. Tan sólo nos separa un centímetro de aire.
—Dilo —me exhorta.
No logro articular palabra. Me cuesta respirar. El corazón se me sale del pecho y siento una leve palpitación entre las piernas.
El corazón le martillea bajo su camisa rosa claro. Siento su aliento fresco y pesado sobre mi rostro.
—No puedes, ¿verdad? —susurra.
¡No puedo! Lo intento. Lo intento con todas mis fuerzas, pero las palabras se niegan a brotar.
La proximidad de nuestros cuerpos y su respiración sobre mi rostro está reactivando todas esas sensaciones maravillosas.
Mi mente se traslada al instante a nuestro encuentro anterior, sólo que esta vez no corremos el riesgo de que nos interrump