—Señor White, no hablemos de celos cuando acaba de jurar que va a eliminar toda amenaza —digo, cortante.
—Está bien. —Me aprieta contra sí y levanta la pelvis. Mi sexo se despierta con un latido perverso—. Mejor vamos a pedir una habitación —susurra moviendo una vez más sus exquisitas caderas.
Me bajo de su regazo, ansiosa por escapar de sus caricias, que me atontan, antes de que me dé por arrancarle el traje.
—Voy a llegar tarde a mi reunión. —Tomo el bolso y le doy un beso breve—. Cuando llegue a casa, confío en que estés esperándome en la cama.
Me regala una sonrisa satisfecha.
—¿Me está dando usted órdenes, señorita Carte?
—¿Va a decirme que no, señor White?
—Nunca, pero recuerda quién manda aquí.
Intenta agarrarme pero le doy un manotazo y salto del coche antes de que me haga perder la razón.
Meto la cabeza.
—Tú, pero te necesito. Por favor, ¿podrías esperarme desnudo para cuando llegue?
—¿Me necesitas? —pregunta con una mirada triunfal.
—Siempre. Nos vemos en