—Claro que puedes, y es justo lo que vas a hacer. Le estoy pagando más que suficiente a tu jefe. —Se levanta y se acerca a mi lado de la mesa—. Tienes que decirle a Paolo que estás viviendo conmigo. No voy a andarme de puntillas con él mucho tiempo.
¿Estoy viviendo con él? Tomo la mano que me ofrece y me pongo de pie. Lo dejo que me conduzca afuera del restaurante. No, no va andarse de puntillas. Va a pasarle por encima.
—Eso me complicará las cosas en el trabajo. —Intento hacerlo razonar—. No le va a gustar, Nick, y no quiero que piense que estoy haciendo la vaga en vez de trabajar cuando me reúno contigo.
—Me importa un bledo lo que piense. Si no le gusta, te retiras —dice sin dejar de andar, arrastrándome detrás de él.
¿Que me retire? Adoro mi trabajo, y también adoro a Paolo. Está de coña.
—Vas a pasarle por encima, ¿verdad? —digo con tiento. Mi hombre es como un rinoceronte.
El aparcacoches le da las llaves a Nick y él le tiende un billete de cincuenta dólares. ¿Cinc