—Lo estaba, estaba mucho más que enfadado. Estaba como loco, Addison. —Se masajea las sienes en círculos intentando borrar el recuerdo.
—¿Por qué?
Se detiene en mitad del masaje.
—Porque no podía tocarte. —Lo dice como si fuera tonta. Capta mi mirada confusa porque se lleva los dedos a la frente y apoya el codo sobre la mesa—. La idea de no poder tocarte hizo que me entrara el pánico.
«¿Qué?»
—¡Pero si estaba en la habitación! —exclamo un pelín demasiado alto. Miro alrededor para asegurarme de que no he llamado la atención de la clientela.
Me lanza una mirada asesina.
—¡Cuando te fuiste no estabas en la habitación!
Me inclino hacia él.
—Me fui porque me amenazaste. —Ésta no es una conversación que uno deba tener en medio del Ritz.
—Claro, porque me hiciste enojar, me volviste loco. —Me mira con los ojos muy abiertos—. ¿Cuándo compraste las esposas? —me pregunta en tono acusador, y da un golpe sobre la mesa con las palmas de las manos que hace callar a los demás comensal