Jesús, es que ni siquiera está sudando. Me esfuerzo por respirar debajo de él, como la perdedora que soy, y le dejo que me llene la cara de besos. Debo de saber a rayos.
—Hummm, sexo y sudor.
Jadeo y resuello encima de él mientras me pasa la mano por la espalda sudorosa. Noto una presión en el pecho. ¿Se puede tener un infarto a los veintiséis años?
Cuando por fin consigo controlar la respiración, me apoyo en su pecho y me quedo a horcajadas sobre sus caderas, sentada en su cuerpo.
—Por favor, no me hagas volver a casa corriendo —le suplico.
Creo que me moriría. Se lleva las manos a la nuca y se apoya en ellas, tan a gusto. Se divierte con mi respiración trabajosa y mi cara sudada. Sus brazos tonificados parecen comestibles cuando los flexiona. Creo que podría reunir la energía justa para agacharme y darles un mordisco.
—Lo has hecho mejor de lo que esperaba —me dice con una ceja levantada.
—Prefiero el sexo soñoliento —gruño, y caigo sobre su pecho.
Me sujeta con el brazo.