—Siempre placer —contesta, enigmático.
—¿Eres consciente de que me estas follando como un cobro a un favor que te hizo Paolo? —siseo —. ¡Lo cual me convierte en una puta!
Una expresión de enfado le cruza la cara y se inclina hacia mí desde su sillón.
—Cállate, Addison —me advierte—. Y, para que lo sepas, después gritarás. —Vuelve a reclinarse en el sillón—. Cuando hagamos las paces.
Suelto un profundo suspiro. Lo mejor para todos sería que mandara a la porra su ayuda ahora mismo. Paolo se enfadaría igual, pero da igual: haga una cosa o la otra, voy a acabar mal. Si continúo así, van a atraparme. Y entonces sí que va a poder follarme cuando le dé la gana.
Estoy perdiendo el control. ¿Perdiendo el control? Me río para mis adentros. ¿He tenido el control en algún momento desde que este hombre guapísimo entró en mi vida como un elefante en una cacharrería?
—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta muy serio.
Me tomo mi tiempo para pasar las páginas de la agenda con brus