—No. Contigo, no puedo evitarlo —afirma con un tono que me indica que lo ha asumido. No obstante, yo no lo entenderé nunca—. Ven —dice.
Me guía hacia la moto y me entrega una gran bolsa de papel.
—¿Qué es? —pregunto, y miro el contenido.
—Te harán falta.
Mete la mano en la bolsa y saca ropa de cuero negro.
¡Uf, no!
—Nick, no voy a subirme en ese trasto.
Me ignora, desdobla los pantalones y se arrodilla delante de mí mientras los sujeta para que me los ponga. Me da un toquecito en el tobillo.
—Adentro.
—¡No!
Puede echarme un polvo para obligarme a entrar en razón o iniciar la cuenta atrás o lo que le dé la gana. No voy a hacerlo. De ninguna manera. Cuando hiele en el infierno. ¿Me ha fastidiado el día y ahora quiere matarme en esa trampa mortal?
Suelta un bufido de cansancio y se levanta.
—Escúchame, Addison. —Me toma la mejilla con la palma de la mano—. ¿De verdad crees que voy a permitir que te pase algo?
Lo miro a los ojos, que claramente intentan inspirarme confianza. No,