Dibuja círculos en mi muslo. Me tenso un poco.
—Entonces estaré aquí a esa hora.
—¿Justo aquí? —jadeo.
—Sí, justo aquí. —Detiene la mano entre mis piernas.
—Nick, para. —Cierro los ojos e intento combatir las sacudidas de placer.
Mueve la mano hacia arriba y la sitúa justo en mi sexo, por encima de los pantalones. Gimo.
—No puedo quitarte las manos de encima —dice con ese tono de voz grave e hipnótico, ese que me nubla el sentido y la razón—. Y no vas a detenerme, ¿verdad?
Pues no. ¡Maldita sea!
Se inclina hacia mí, me toma por la nuca, me acerca a él y aumenta las caricias en mi núcleo. Cuando encuentra mi boca con los labios, gimo. Me arrastra hacia un ritmo celestial mientras me acaricia la lengua con la suya, lento pero seguro, para garantizarme el máximo placer. No puedo creerme que le esté dejando hacer esto en su coche a plena luz del día, pero ha provocado algo y no puedo entrar en la editorial con el anhelo de un orgasmo abandonado y a la espera dentro de mí.