Arya
Caminé entre cuerpos tendidos, sorteando charcos de sangre que ya comenzaban a secarse. Algunos aún respiraban, jadeando entre sollozos. Otros solo... esperaban. No disparamos a civiles, a menos que disparen primero. Pero a veces, la línea es tan difusa que no se ve. Solo se siente, se carga y se arrastra.
La mayoría de nosotros no mata por impulso. No somos bestias. Somos cuchillos. Precisión. Silencio. Letalidad.
No debería dolerme, pero duele. Lo justifico pensando que esos muertos no volverán a tocar a nadie más. Que he evitado otro dolor. Aunque la sangre en mis manos siga siendo mía.
—¡Detrás de ti! —la voz llega como un trueno; giro justo a tiempo.
Un chico, no mayor de diecisiete, corre hacia mí. La desesperación lo guía y me apunta. El cañón de su arma tiembla. Dispara. La bala roza mi oído, estalla contra mi auricular.
Mi dedo no tiembla cuando disparo de vuelta.
Su cuerpo cae. Un ruido sordo. Una expresión congelada de sorpresa y algo parecido al miedo.
Su bala iba