Después de volver de un preciado final para dos traidoras, decidí volver a casa. Estaba exhausto. Entregar por partes a una persona no es tarea fácil, aunque debo admitirlo: hay una satisfacción enfermiza en ver cómo todo cae en su lugar. Cristal se encargó de limpiar los rastros, y yo volví a lo único que me hace sentir humano.
Abro los ojos, aún atrapado entre la neblina del sueño. Mi pecho se calma al girar y encontrarla a ella, dormida, tan tranquila, tan perfecta... tan mía. Sonrío con ese amargo placer que sólo los hombres rotos conocen. El rojo de su cabello se esparce sobre las sábanas como un derrame de fuego; con un impulso inevitable, aparto un mechón de su rostro. Arya frunce el ceño entre sueños, y por un segundo me dan ganas de romper el mundo entero por este instante.
—Te voy a denunciar por acoso —murmura con ese jodido acento italiano que me enloquece. Intenta cubrirse la cara con la mano, medio riendo.
—Nunca dije que fuera normal, hermosa —mi voz sale baja, ronca.