Aunque nuestra luna de miel fue interrumpida por el trabajo de Arya, llegamos al aeropuerto de Roma Fiumicino algunas horas después. El vuelo desde Saint-Tropez se sintió como un suspiro. Tal vez porque me pasé cada maldito segundo observándola dormir. Se veía tan en paz, tan ajena al infierno que llevamos dentro.
Y no puedo evitar preguntarme si podrá dormir allá a donde va.
O si estará viva para contarlo.
Mientras ella saluda a Lauren, me alejo a comprarle un café. Necesito hacer algo, cualquier cosa, para no arrancarle el pasaporte y llevármela de vuelta a Rusia. No puedo dormir. No dejo de pensar en lo que puede pasar. Estoy preocupado, no por la misión. Estoy jodidamente aterrado por dejarla ir a un destino desconocido. A una guerra que no es nuestra. A un lugar donde mis manos no podrán alcanzarla si algo sale mal.
Cuando regreso, Ryan ya está allí. Su expresión es la de un hombre que está a punto de perderlo todo, y no saben cuanto lo entiendo.
—¿Algún problema? No te veo muy b