Rachel es secuestrada por el duque Alexander, quien la lleva al castillo de Blackmore tras descubrir que es su Mate, destinada por la diosa Selene. En cautiverio, Rachel intenta escapar sin éxito mientras Alexander busca explicarle su conexión. Evelyn, hija de un alfa, le hace la vida imposible, complicando la situación. Lucas, el novio de Rachel, la rescata del castillo, pero su relación se deteriora por su enojo y celos. Confusa, Rachel huye nuevamente, y Alexander la sigue, decidido a protegerla. Traiciones, mentiras e intrigas pondrán a prueba la lealtad y coraje de cada uno de ellos. Al final, Rachel debe decidir entre su vida anterior y su vínculo con Alexander. La situación se agrava cuando Lucas regresa al castillo en un último intento por recuperarla, cambiando sus vidas para siempre cuando se enteran de su naturaleza de cazador.
Leer másEl corazón de Rachel dio un enorme vuelco, al darse cuenta de la peligrosa situación en la que estaba envuelta.
Había entrado en esa habitación sin siquiera imaginar lo que le esperaba. La enorme mano de Alexander estaba puesta sobre su boca, luego de que la sorpresa inicial la hiciera soltar un grito que rompió la quietud de la fría noche. —Shhhh, tranquila —susurró el hombre en su oído, haciéndola sentir miles de escalofríos por todo su cuerpo. Nunca antes habían estado tan juntos, y las sensaciones que esta cercanía les provocaba, hacía que uno de ellos siguiera adelante firme en sus planes, aunque estos fueran una completa locura. Rachel sentía que su piel se quemaba con su contacto, el corazón le latía alocado y tenía la garganta seca. Se removió inquieta y él le hizo una seña de que la iba a soltar. —¿Qué quiere de mí? —dijo un poco más calmada, dando un paso atrás—. Eso que dijo antes… Alexander soltó un suspiro, sabiendo que sería difícil que ella entendiera. —Lo que escuchaste. No podrás salir de aquí, Rachel —dijo con aspecto enigmático, calmado. Ella abrió los ojos en toda su extensión. —¿Qué dice? ¡No puede retenerme aquí! ¡Déjeme salir! —gritó con voz temblorosa, entre la ira y el miedo. El Duque Alexander se acercó lentamente a ella. —Mi querida Rachel, nos pertenecemos el uno al otro —su voz era firme y segura. Ella retrocedió instintivamente, mirando con recelo cómo Alexander cerraba los ojos con deleite al percibir su delicioso aroma y el calor de su cuerpo. —Está loco… —la ira centelleaba en sus ojos, echando rápidamente un vistazo a su alrededor para intentar escapar—. ¡No pienso quedarme aquí ni un solo segundo, maniático! —Rachel, trata de entender… —¡Tengo una vida! ¡Un puesto de flores y un novio! —gritó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No puede arrebatarme eso! ¡No lo permitiré! Esta vez Alexander cerró los ojos por lo filoso de sus palabras, que atravesaban limpiamente cada parte de su ser como esquirlas venenosas. Nunca antes había imaginado que tendría que pasar por una situación similar, pero no se le ocurría otra solución para mantenerla a su lado y hacerla entender su resolución. —¡Por nada del mundo permitan que salga! —gritó entre la rabia y el dolor, saliendo de la habitación. Dio órdenes a sus criados de manera estricta, quienes acataron la orden de inmediato y cerraron la puerta con seguro. Rachel comenzó a sentir que el aire le faltaba y que las piernas le temblaban, pero se dijo que las paredes y los muros de esa cárcel llamada castillo de Blackmore no la aprisionarían. En un arranque de ira y desesperación, comenzó a tirar todo lo que encontraba en la habitación, causando un gran estruendo a su alrededor. Jarrones costosos, muebles, papeles, adornos; todo estaba siendo destrozado. «No sé cómo enfrentarla de nuevo si apenas compartimos pocas horas por unos días. Seguramente piensa que estoy loco» espetó Alexander a su lobo. «Sabes que es lo mejor, no pasará mucho tiempo para que entienda nuestra conexión» aseguró Lyall. «Nos odia» refunfuñó el duque. «Correción: te odia a ti, a mí me va a amar» «Ni siquiera sabes que existes» «Auch, eso fue un golpe bajo» se quejó Lyall. «De todos modos puede sentirme, ya luego podrá conocerme y puedes apostar a que va a amarme» Su lobo estaba sumamente contento con la situación, pero él se sentía mortificado porque no quería que Rachel lo odiara por obligarla a quedarse a su lado. La distancia que los separaba estaba siendo insoportable para ambos, pero más para él, que entendía la importancia de una compañera destinada. Ella, por ser humana, ni siquiera entendía de esas cosas. —¿Oyes eso? Está destrozando todo —cuchichearon los criados, palideciendo al ver al Duque—. Mi señor… —Asegúrense de tener la habitación limpia para mañana —dijo con voz firme, ignorando el escozor en su garganta—. ¡Ni una palabra de esto, no les pago por chismosear como damiselas! —¡Sí, señor! El Duque Alexander se retiró a sus aposentos, sintiendo un terrible dolor de cabeza que se extendió por todo su cuerpo. Se dijo que debía aguantar el arrebato inicial de su amada y que ya luego se calmaría. “Al menos eso espero”, pensó, soltando un suspiro. «Ya verás que sí, soy optimista en que pronto se olvidará del insulso humano ese. Esta conexión va más allá de un simple sentimiento y lo sabes» aseguró Lyall, tratando de consolarlo. «No es fácil para un humano entender no solo la conexión, sino el motivo por el que debe estar a nuestro lado aunque sea a la fuerza» aseguró Alexander. «Entonces díselo, dile que es nuestra Mate y que tenerla lejos nos debilita hasta la muerte» «Se lo diré después, no quiero que intente saltar desde una torre solo para que eso nos mate de dolor» refunfuñó Alexander. «Ahora déjame dormir, me siento exhausto» Cerró el enlace sin esperar la respuesta de su lobo, sabiendo que estaba demasiado excitado por tener a Rachel solo a unas puertas de distancia. Él mismo trataba de no pensar en ello, las sensaciones que lo asaltaron al tenerla cerca casi lo hicieron perder la cordura. Deseaba más que nunca besarla y marcarla como suya, pero no quería asustarla más de lo que ya estaba. Rachel también estaba exhausta, pero por distintas razones. Todo a su alrededor estaba deplorable, pero se sentía más ligera e incluso comenzó a reír por lo hilarante de su situación. “Y yo que pensaba que era peculiar, ojalá nunca lo hubiera conocido”, pensó, dejándose llevar por sus emociones. Aunque sabía que en el fondo eso no era cierto, conocer al duque de Blackmore había sido una de las cosas más interesantes que le había ocurrido en su vida. Se dijo que no se dejaría vencer tan fácilmente, estaba decidida a escapar, sin importar los obstáculos que tuviera que superar. Sabía que Lucas arriesgaría todo por rescatarla y ella se aferró a esa esperanza.Más tarde ese día, en la plaza central de la manada, Alexander reunió a todos los betas y lobos de confianza. Frente a ellos, Gamaliel y Thomas estaban arrodillados, con las manos atadas a la espalda.El aire estaba cargado de expectación; todos sabían que el momento de justicia había llegado.Alexander se colocó frente a ellos, con la mirada gélida.—Estos dos lobos —comenzó, su voz resonando entre los presentes—, han intentado destruir la manada desde dentro. Han conspirado, manipulado y engañado a sus propios hermanos por pura ambición.Gamaliel levantó la cabeza, su semblante endurecido.—Hice lo que creía correcto para la manada —gruñó—. Alexander, no puedes negar que tus decisiones han sido erráticas. Has mostrado debilidad. Alguien tenía que hacer algo.— ¿Debilidad? —respondió Alexander con frialdad—. Lo único que has mostrado es tu sed de poder. Has puesto en riesgo la vida de todos por tu propio beneficio.— ¡Nos estás llevando a la ruina! —espetó Thomas, intentando liberars
Rachel bajó la vista, reflexionando sobre sus palabras. Sentía la gravedad del momento, el peso de la responsabilidad que ambos compartían. Después de todo, su liderazgo no solo dependía de la fuerza de Alexander, sino también de la confianza de la manada. Y esa confianza, ya debilitada, pendía de un hilo.— Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó finalmente.Alexander miró las llamas del fuego que ardía en la chimenea, su mirada fija como si estuviera viendo mucho más allá de las llamas.— Voy a enfrentarlos, pero en el momento adecuado. Cuando toda la manada esté presente, cuando no puedan ocultar su traición —dijo decidido, con una determinación férrea en su mirada—. Y lo haré de una manera en la que no quede duda alguna sobre su culpabilidad.Rachel se acercó, apoyando su mano en su hombro, buscando darle fuerzas.— Confío en ti, Alexander. Sabes lo que haces —mordió su labio con aprensión—. Solo... ten cuidado.**A la mañana siguiente, mientras el sol se levantaba sobre los den
Alexander se quedó en la oscuridad, con sus ojos clavados en la figura de Gamaliel mientras las palabras resonaban en su mente. La traición era evidente, pero lo que más le dolía era la habilidad con la que habían tejido la red a su alrededor. Su instinto le decía que no podía confrontarlos todavía, al menos no de forma abierta. Necesitaba un plan, uno que no sólo expusiera a Gamaliel y Thomas, sino que también restaurara la confianza de la manada en él.Retrocedió en silencio por el pasillo que daba a las cabañas principales, sintiendo el peso de cada paso. Al llegar a la puerta de su cabaña, la abrió con cuidado. Rachel lo esperaba, sentada cerca del fuego, con las piernas cruzadas y una expresión pensativa en su rostro. Estaba agotada después de la batalla, pero la duda seguía latiendo en su mente.— ¿Está todo bien? —preguntó, alzando la mirada cuando lo vio entrar.Alexander cerró la puerta tras él y dejó escapar un suspiro. Su mirada se suavizó al ver a Rachel, pero no podía o
El viento frío de la madrugada soplaba entre los árboles, llevando consigo un susurro de desconfianza que parecía envolver a la manada entera. Alexander caminaba a paso lento por el claro, observando a su gente mientras se preparaban para el día. Sabía que algo no estaba bien, que una tormenta se acercaba, pero lo que más le preocupaba no era el peligro externo, sino el veneno que se estaba esparciendo entre los suyos.Dentro de una cabaña cercana, Gamaliel y Thomas se encontraban reunidos, susurrando entre ellos con miradas calculadoras. El ambiente estaba cargado de conspiración, sus voces bajas resonaban con malicia.— La manada está al borde del colapso —comentó Thomas, mirando a Gamaliel con una sonrisa retorcida—. Alexander ha perdido el control, y su debilidad es evidente. Gamaliel asintió, cruzando los brazos mientras paseaba por la habitación.— La clave es sembrar dudas suficientes. Necesitamos que los jóvenes alfas, los más ambiciosos, comiencen a cuestionar su liderazgo
El viento soplaba frío sobre los vastos campos donde Alexander entrenaba a Rachel. Las primeras luces del amanecer apenas comenzaban a teñir el cielo de tonos púrpura, pero la tensión que se respiraba en la manada ya era palpable. Cada mirada lanzada a Alexander era un recordatorio de lo frágil que era su posición, y peor aún, de cómo se estaba erosionando su autoridad. Él lo sentía con cada paso que daba, cada murmullo que oía cuando pasaba entre los suyos. Sabía que las fuerzas enemigas no sólo eran externas; estaban dentro de su propia casa.Rachel, por otro lado, se esforzaba por seguir el ritmo de Alexander mientras él la guiaba a través de una serie de movimientos diseñados para mejorar su agilidad y fuerza. Los músculos de sus piernas temblaban por el esfuerzo, su respiración era entrecortada, pero lo que más le dolía era la duda que la asfixiaba desde dentro.— No sé si estoy hecha para esto, Alexander —dijo, con una voz quebrada por el agotamiento y la frustración, mientras
En un rincón oscuro y apartado de la fortaleza, se gestaba una conspiración. Gamaliel, aún furioso por el respeto que la loba había ganado entre los suyos, no pensaba quedarse de brazos cruzados. Esa victoria era un golpe a su orgullo y una amenaza directa a sus ambiciones. Convocó a los disidentes del consejo en una sala subterránea, lejos del bullicio de la celebración. Las paredes de piedra eran gruesas y frías, absorbiendo cada murmullo que escapaba de los labios conspiradores. El aire estaba cargado de tensión, y los rostros de los presentes, iluminados por la tenue luz de las antorchas, reflejaban tanto inquietud como resentimiento. Gamaliel, con su semblante endurecido por la amargura, se levantó de su asiento y dejó que su mirada recorriera la sala. Thomas, a su derecha, estaba igual de furioso. La envidia y el rencor habían dejado una huella en su rostro, haciéndolo parecer aún más peligroso. —No podemos permitir que esto continúe —comenzó Gamaliel, con voz firme—. Ra
Último capítulo