La palabra ultra-agresivo resonaba en mi cabeza como un disparo seco. El sonido se amplificaba en el silencio opresivo de la oficina del doctor Andrews, que se había convertido en mi cámara de tortura personal y en un calvario del que no podía escapar.
Las paredes blancas y asépticas de la habitación parecían burlarse de mi caos interno, y el aire era frío y rancio. Sobre el escritorio de madera de caoba pulida, el informe clínico detallaba el nuevo protocolo: un tratamiento ablativo, la opción más segura contra la Leucemia Mieloide Aguda, que garantizaba la esterilización de Daisy y también la eliminación de las células malas.
—No puedo tomar esta decisión por ella, doctor —jadeé, y sentí el nudo de mi corbata apretarme la garganta.
El miedo se había convertido en una opresión física en mi pecho. No era la vida de Massimo Conti lo que estaba en juego, donde el cinismo era mi herramienta; era el futuro de mi esposa, y la posibilidad de darle a Mirakel un hermano, lo que yo estaba a pu