El anuncio de la recaída fue devastador, pero, en el fondo, no tan sorprendente como la mayorá hubiera pensado.
La guerra no se había acabado; solo habíamos ganado una escaramuza temporal. Ahora, la única esperanza de una victoria definitiva era un trasplante de médula ósea. La quimioterapia de choque que habían iniciado, mientras me preparaban para la preservación de óvulos, se sentía como un veneno caliente y espeso en mis venas; un calor que prometía destrucción total.
Toda la familia Savage se movilizó de inmediato, en un torbellino de lealtad y poder. Ver a Avery, Darak y las gemelas haciendo fila para las pruebas de compatibilidad fue un bálsamo. Demostraron que, más allá del caos, los acuerdos de negocios y la frialdad emocional, éramos una familia unida por la sangre y la amenaza.
—No vamos a perderte —me había prometido Avery, sujetando mi mano con una ferocidad inusual.
Incluso Darak, con su máscara pétrea, me había ofrecido un asentimiento, y su silencio más elocuente que c