Oscuridad. Frío. Silencio.
Era como estar bajo un mar pesado y sinuoso, donde cada movimiento era una lucha desesperada contra una corriente de plomo. Sentía la presión del tubo en mi garganta, la frialdad de las sábanas sobre mi piel y el peso de una manta sobre mi pecho, pero no podía mover mi cuerpo. La única realidad constante era el sonido rítmico de una bomba de aire; la respiración artificial que me mantenía anclada a la no-existencia.
«Estoy aquí. No estoy muerta. No me suelten» gritaba mi mente en un bucle silencioso. Recordé el parto, la sangre, el miedo paralizante... y luego, el vacío y la rendición. Había mucha oscuridad en mi cabeza, e incluso detrás de mis ojos. Debía sentir como si me hubieran abandonado, pero no estaba sola.
Sentía el amor de Dalton como una corriente eléctrica que electrizaba todo mi cuerpo; era un cable de calor que me llegaba a través del frío. No podía verlo, pero sabía que estaba allí, cerca, revoloteando igual que la mariposa que me siguió una h