Conduje hacia el antiguo edificio del Banco di Genova en Milán, sintiendo un frío metálico en el estómago que no tenía que ver con la velocidad, sino con la urgencia de la vida y la muerte. La llamada del doctor Andrews, la palidez de Daisy, la promesa de nuestro hijo no nacido, todo luchaba contra mi necesidad de justicia. Elegí el frente, esperando poder volver a tiempo para la batalla de su salud.
Llegué a la oficina abandonada. Era un lugar sombrío y desolado, con un aire viciado que olía a traición. Había dispuesto vigilancia encriptada, pero iba solo, tal como Massimo esperaba. Bajé del auto, mis músculos tensos y mi mente enfocada. Entré esperando llegar antes que él para tenderle la trampa, pero el sorprendido fui yo.
Massimo Conti estaba allí, de pie bajo la única luz que funcionaba, un foco amarillento que creaba sombras largas y deformes. Vestía un traje de diseño impecable en un contraste grotesco con la decadencia del lugar. En sus manos no había un maletín de negocios, s