Extra | 32

El frío de Zúrich había sido reemplazado por la humedad densa y el aire acondicionado del Hospital Metropolitano. Siete años de mi vida habían transcurrido en la esterilidad de un laboratorio, huyendo de ese lugar, y tardé solo once horas en regresar a casa, como el hijo pródigo que volvía a los brazos de su padre.

Aterricé de madrugada, pero mi madre me esperaba en el aeropuerto. Su abrazo fue un nudo apretado que me arrancó el traje de físico y me devolvió al hijo que se fue. Sentí que temblaba en mis brazos, como una hoja mojada, y yo la abracé con todas mis fuerzas. Nos vimos en navidad, pero parecía que transcurrió una vida.

—Estás aquí —susurró, sintiendo sus lágrimas en mi hombro, mojando mi camisa azul—. Estás realmente aquí, Dalton.

—¿Cómo está?

—Delicado, pero estable —dijo contra mi oreja antes de apretar ambos lados de mi cabeza y besar mis mejillas repetidas veces—. El cirujano es optimista. Lo importante es que estás aquí y que nada nos separará, al menos por unos días.
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