Habían pasado cuatro días desde la fuga de mi hijo con su amiguita. Cuatro días que se sentían como un siglo de fracaso en el que cada uno de mis planes se fue e la mierda una y otra vez. El control absoluto que definía mi vida se había evaporado con mi hijo.
Las investigaciones y la búsqueda de mi hijo seguían con una intensidad como si estuviera rastreado a un líder terrorista. Había movilizado recursos federales y mis propios equipos de seguridad privada y el resultado era el mismo: cero. Dalton se había esfumado con la chica Lombardi sin dejar más que restos de comida a su paso.
—¡Quiero la zona industrial saturada! —rugí por el intercomunicador, hablando a un equipo de cien hombres en tiempo real—. Revisen cada túnel de mantenimiento, cada línea de gas y agua, cada puto rincón. ¡Dalton conoce el mapa subterráneo y esa es la única forma en que pudo desaparecer!
La voz de mi jefe de seguridad, el Capitán Stone, respondió: —Señor, tenemos nueva información. Los hombres de Lombardi e