Los días en el hospital fueron un borrón de tubos, máquinas y el constante tintineo de monitores. Para el mundo exterior, éramos la pareja que había sobrevivido a un brutal ataque, los héroes que el doctor insistía en llamar. Para mí, eran los días más sagrados de mi vida. Me levantaba de la cama, ignorando el dolor punzante en mis costillas, para sentarme junto a Avery.
La prensa se volvió loca. Hablaban de un "ajuste de cuentas" entre mafiosos, de "la bala del amor que no mató a Darak Savage", pero la verdad era mucho más íntima e incluso dolorosa.
Pasaba horas observando a Dalton, quien ahora se aferraba a mí con una ferocidad nueva. Mi hijo siempre me cuidó demasiado, pero en el hospital fue aún más cuidado de no lastimarnos y de darnos de su gelatina. Él se sentaba en el regazo de Marcus, dibujando monstruos en una libreta, mientras yo sostenía la mano de Avery.
—Parece que estamos en nuestra propia telenovela —me dijo Avery una tarde, su voz débil.
—Una muy sangrienta —respondí