El muelle olía a sal, gasolina y la promesa de un futuro robado. La luz de la tarde bañaba la costa, y allí estaba mi sorpresa, amarrada y lista: un yate de motor deportivo, elegante y rápido. No sé como Avery logró escapar de nuevo con mi hijo, pero cuando Dalton me vio corrió a mis brazos y me abrazó con tanta fuerza que casi me rompió los huesos. Lo extrañé tanto y se lo dije. Le dije que me hozo tanta falta como respirar y que nunca más estaríamos separados.
—Vengan más cerca.
Avery y Dalton se acercaron de la mano.
—¡Sorpresa! —dije, señalando la popa.
Avery abrió grande los ojos y Dalton dijo:
—¡Un bote!
En letras de neón, se leía el nombre del bote: Marioneta. Avery soltó una carcajada, cubriéndose la boca. Era un chiste interno, oscuro y perfecto para nuestro próximo matrimonio. Fue mi forma de reconocer que ella no era mi juguete, sino mi socia en el caos.
—Darak, eres imposible —dijo y la risa era genuina.
Subimos a bordo. Dalton corrió de inmediato a la cabina, fascinado po