Una semana de ansiedad y mentiras.
Una semana de esquivar a Viktor, cuyas miradas se habían vuelto tan afiladas como navajas. Yo sabía que sucumbir a Darak era romper todo tratado, era una traición absoluta a la alianza que me dio la libertad y a la venganza que me había mantenido viva, pero era inevitable. Aún era pronto para llamarlo amor, esa palabra sonaba demasiado dulce para algo que había nacido del fuego, pero ese Darak, el hombre que me pedía perdón de rodillas, me movía el piso y, por primera vez en años, me ponía feliz.
Me escabullí de la casa de Viktor con el corazón latiendo como un tambor. Le inventé que necesitaba tiempo a solas y salí con ropa deportiva, pero dentro de la camioneta me puse un vestido negro ajustado que compré a escondidas y tacones de aguja. Estaba tentando la paciencia del diablo, y me excitaba demasiado.
Cuando llegué a la dirección que Darak me envió, mi nerviosismo se disparó. Estaba emocionada, como si estuviera a punto de perder la cabeza por com