La vida en las sombras tiene un sabor amargo. El aire no huele a libertad, sino a polvo y a humedad. La luz de la televisión, la única ventana a un mundo que no me pertenecía, me quemaba los ojos. Me había cortado el cabello, había cambiado mi ropa, había borrado mi nombre. Ya no era Avery Fox, la marioneta. Era una sombra, un eco, un fantasma. Un fantasma que Darak creía haber enterrado.
Desde la soledad de mi escondite, comencé a construir mi nuevo ejército. No eran hombres de negocios, ni matones, ni abogados. Mis soldados eran la información. Escuchaba las noticias, leía los periódicos, veía los programas de negocios. Buscaba y buscaba sin cesar, las fisuras en el imperio de Darak. Un negocio a punto de cerrarse, un socio con deudas, una filtración de información. Los errores de los hombres y sus debilidades eran mis armas.
Mi venganza no era un grito, era un susurro, una guerra silenciosa, invisible. No quería que él supiera que estaba viva. Quería que creyera que su mundo, su pe