35 | No me mates

El café humeaba en mi taza de porcelana, un contraste perfecto con la frialdad del amanecer. La ciudad dormía, pero mi imperio estaba en movimiento. Un susurro de poder, una sinfonía de máquinas y hombres trabajando. Me sentía en la cima, invencible. Habían transcurrido un par de semanas de la muerte de Avery y nunca antes estuve tan bien ni tan incompleto. Me odiaba a mí mismo por sentir momentos de debilidad. No debía sentirlos. Avery no era más que una marioneta que usé a mi favor. Avery era una máquina que destrocé. Fin, no más. ¿Por qué seguía regresando?

Tenía una perfecta vida con Dalton. Le dije que su madre había muerto y aunque estuvo dos semanas llorando, cuando el duelo terminó volvió a ser mi niño hermoso, y por supuesto le hice una visita a los padres de los compañeros que lo molestaban.

No me siento orgulloso, o sí, los dedos que corté por el bien de mi hijo. Parecía que nadie les enseñaba a esos niños lo que era el respeto, y si nadie se lo enseñaba, yo les mostraría l
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