El motor rugía, un sonido que me devolvía a la vida.
Mis manos, cubiertas de tierra y sangre seca, se aferraban al volante de la camioneta. Cada grieta de mi piel ardía, las espinas de las rosas clavadas en la carne dolían con cada movimiento, pero el dolor físico era un eco lejano. La adrenalina me mantenía caliente, una fiebre interna que consumía mi miedo y mi tristeza.
Miré por el espejo retrovisor. El rostro que me miraba no era el mío. Era un rostro de dolor y furia, con los ojos inyectados en sangre, las mejillas pálidas y el cabello enredado. Era el rostro de un monstruo, y una sonrisa seca se dibujó en mis labios y me hizo sentir viva, dueña de mi propio destino. Había escapado de Darak, y aunque no tenía demasiadas fuerzas ni dinero o esperanza, tenia algo que nadie podría quitarme: una puta valentía.
La camioneta comenzó a pitar, estaba falla de gasolina. Busqué en la guantera dinero o algo que me ayudara, pero no encontré nada. Para esa hora y Darak debía saber que no esta