Iris la miró con cautela, sintiendo cómo se le tensaban los músculos de la espalda. La pregunta flotó en el aire entre ellas. Y aunque todo en su interior le gritaba que se diera la vuelta y bajara las escaleras, sus pies no se movieron.
—¿Sobre qué? —dijo Iris, con un leve filo en la voz, pero sin apartar la mirada.
Isabela sonrió un poco más, como si aquella reacción no le sorprendiera en absoluto.
—Sobre Hugo —respondió.
Iris se quedó inmóvil un instante, midiendo sus opciones, pero no apartó la mirada. Isabela, en cambio, ladeó un poco la cabeza, y añadió:
—No aquí. Sígueme.
Sin esperar su respuesta, Isabela se giró despacio y comenzó a caminar por el pasillo, sus tacones resonando suavemente contra el piso de madera. Iris respiró hondo, intentando calmar la punzada en su pecho, y la siguió en silencio.
Isabela la condujo hasta una puerta discreta a mitad del pasillo, la abrió y le hizo un gesto para que pasara primero. Iris entró, notando cómo el ambiente cambiaba en cuanto cruzó