Los parpados de Serethia se sentían pesados, como si su propio cuerpo intentara impedirle abrir los ojos y recordar. Parpadeó varias veces, aturdida, hasta que el peso de las sábanas y el olor a madera le confirmaron que no estaba donde debía. Por un instante pensó que había soñado todo, incluso su estancia en el mundo humano… hasta que el ardor en su muñeca le devolvió la certeza de que nada había sido una simple pesadilla.
Entonces, como si hubiera armado un rompecabezas, el recuerdo la atravesó con violencia; la sangre de Alec, la vida apagándose en sus ojos y su cuerpo hundido en aquel charco de sangre.
Un sollozo ahogado se le escapó de la garganta y el aire empezó a escasear, provocando que le ardieran los pulmones. Otro sollozo bajo siguió y otro más, hasta que ya no pudo contenerse. Se dobló sobre sí misma y, cubriéndose el rostro con manos temblorosas, un llanto desgarrador rompió la frágil calma de la habitación.
No fue un sueño.
Nunca fue una pesadilla, sino la voz de Sel-N