El tiempo se volvió sin sentido, y los días empezaron a mezclarse sin que Serethia pudiera diferenciar dónde empezaba uno y cuando finalizaba el otro. Cada jornada transcurría con la misma monotonía sofocante, como si el mundo hubiera decidido seguir sin ella.
Apenas cruzaba palabra con las doncellas que entraban a la habitación; se limitaba a oír el sonido de bandejas al ser depositadas en la mesa y las leves pisadas que se desvanecían en el silencio. Después, el vacío volvía a envolverlo todo a su alrededor.
Se sentía igual como su estancia en el calabozo, solo que ahora las paredes estaban adornadas de oro, cuadros y seda; lujos que no significaban nada frente al peso de su dolor.
Uno que aún no comprendía… uno que, además, no debería estar sintiendo por la pérdida de un humano.
Algunas noches se quedaba dormida sin darse cuenta; otras, lloraba hasta el amanecer. Lo único que nunca cambiaba era que siempre abrazaba la camisa de Alec; ese pedazo de tela desgarrada era lo único que l