El olor a café fue lo primero que notó. Después, un aroma más suave y conocido, que le erizó la piel. Quiso quedarse ahí, envuelta en él. Así que, durante unos segundos, permaneció inmóvil con los ojos cerrados, aferrándose a la calidez que la rodeaba.
Cuando los abrió, lo hizo con lentitud y miró al techo. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba… y por qué su cuerpo se sentía tan cálido. Al recordarlo, se cubrió el rostro, avergonzada. Sin embargo —de forma inconsciente, buscando más—, respiró hondo y se estremeció: aún podía percibirlo, más concentrado sobre su piel, en sus labios… y en lugares de su cuerpo que le abochornaba recordar.
Al recordar la noche anterior con toda claridad, su corazón pareció saltarse un latido, y se encogió sobre sí misma, como si así pudiera volverse invisible, incluso para sus pensamientos.
Después de permanecer en esa posición por algunos minutos, se descubrió el rostro y giró hacia un lado. La cama estaba vacía, tal como lo había imaginado, pero