—Lo estaba manejando —murmuró Leo, haciendo un puchero involuntario.
Lia soltó una risa suave y le dio un empujón amistoso en el hombro.
—Claro que sí, experto en manejarlo todo —bromeó, rodando los ojos con una sonrisa.
—De todas formas, no creo que…
—No lo sabemos, Leo. Así que mantente alejado —dijo, esta vez, con un tono serio poco característico en ella—. Te llamé porque no quería quedarme sola con ella, y porque Alec sigue sin moverse de su ubicación.
Le mostró la pantalla de su celular, donde un punto parpadeaba en una aplicación llamada ¿Dónde está mi amor?
—A veces me asustas, hermana —bromeó Leo—. Espero que no se te ocurra ponerme un rastreador.
Lia sonrió con picardía, encogiéndose de hombros.
—¿Y si ya lo hice? —respondió en tono burlón, guiñándole un ojo.
—Oye, no te atreverías… ¿cierto?
—Ya, ve a preparar té —ordenó, cambiando de tema con descaro.
—Pero…
—Bien dulce, por favor.
Leo suspiró, resignado, y se dirigió a la cocina. Sabía que no había caso seguir insistiendo