Algo húmedo y frío golpeó el rostro de Serethia, cortándole la respiración. Las gotas caían desde la regadera, salpicándole la piel y colándose entre sus pestañas cerradas. El sonido del agua caía como un murmullo constante, casi hipnótico, pero la helada sensación la obligaba a parpadear y aspirar aire de forma entrecortada. Poco a poco, su mente empezó aclararse y, con cada respiración, sus sentidos despertaron, captando los sonidos y olores que estaban a su alrededor.
Abría los ojos, percatándose de que estaba recostada, de espaldas, a la pared de la ducha. Estaba envuelta en la sabana, la cual ya estaba empapada.
Escuchó pasos y, luego, una voz femenina, lejana al principio. Entrecerró los ojos, intentando ver a través del agua que le caía sobre el rostro y, tras la cortina líquida, distinguió una silueta moviéndose de un lado a otro por la habitación, murmurando palabras que apenas alcanzaba a entender.
—Lo sé, pero necesitaba saber cómo se encontraba... Estaba preocupada por él