Cuando volvió a su habitación, lamentó haber dejado solo una fina sábana sobre la cama; tenía frío, pero estaba demasiado cansada para hacer algo al respecto.
Se envolvió en la tela ligera y se recostó, extendiendo una mano hacia la almohada en busca de la camisa de Alec, como lo venía hacía cada noche antes de dormir. Sin embargo, no la encontró.
Se incorporó y levantó la almohada, buscándola, pero no había nada. Después, pensando que se había podido caer al jalar las otras sabanas, miró debajo de la cama, aunque tampoco encontró rastro de la tela oscura.
—Buscas esto, ¿no?
Serethia se quedó congelada en la posición en la que estaba, cuando escuchó la voz, sorprendida porque no había sentido su presencia, ni siquiera su olor característico.
—Ignoraba que una de tus aficiones fuera coleccionar harapos —volvió hablar, con ese tono dulcemente venenoso.
Serethia giró de forma lenta el rostro en la dirección de la voz, y se encontró a Kaelrya sentada al fondo, cerca de la ventana.
—A Kae