—¡¿Cómo te atreves?! —La voz le tembló, quebrándose, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
—¿Cómo me atrevo? —Kaelrya sonrió y sus uñas también se alargaron—. Las sacerdotisas pudieron darte la ilusión de ser casi una diosa, pero sigues siendo igual al resto: sirvientes, disfrazados de aristócratas que han servido como perros fieles a los Thalvaren desde el principio… y, aun así, te atreviste actuar por cuenta propia, humillándonos.
Serethia no soportó más sus palabras y se lanzó contra Kaelrya, que respondió con un ataque. Pudo esquivarlo con agilidad y contra atacó de forma rápida, hundiendo sus garras en el rostro de la princesa. Pero, en un movimiento que sus ojos casi no captaron, Kaelrya la tomó por el cuello y la lanzó sobre la cama, aprisionándola con facilidad.
—Veo que aprendiste algo en nuestros entrenamientos —murmuró con una sonrisa ladeada, pareciendo extasiada, en vez de enojada por la sangre que brotaba de las marcas que cruzaban su ojo izquierdo, y