Ronan no apartó la mirada de Lyra.
Y Lucian… tampoco podía.
El alfa inclinó la cabeza lentamente, como un depredador estudiando dos presas a la vez. Sus ojos se movieron entre su hermano y ella, evaluando, midiendo, probando límites invisibles que solo él disfrutaba romper.
—Quiero una fecha —repitió Ronan, marcando cada palabra con un filo venenoso—. Una semana. Ni un día más.
Lyra sintió el golpe como una sentencia clavándose en la piel.
Lucian también se tensó, pero él lo disimuló mejor.
Ella lo vio.
Vio cómo algo dentro de Lucian se quebraba sin hacer ruido, como un hueso que se fractura bajo la carne sin sangrar.
Y lo peor era que Lyra entendía demasiado bien el porqué.
Si Ronan la reclamaba en una semana…
si la poseía…
si la tocaba…
Ella quedaría marcada por su olor.
Por su fuerza.
Por su poder.
Y todo el plan de Lucian —su venganza, su rabia, el motivo que lo mantenía vivo— quedaría destruido.
Pero para Lyra, la amenaza era doble.
Por un lado, revivir la brutalidad del pasado.