Serena
Voces indistintas me dieron la bienvenida cuando abrí los ojos y me encontré en la cama. Diego y Diana parecían estar discutiendo hasta que notaron que me movía. Diana se apresuró a la mesa de noche y me entregó un vaso de agua, que bebí con avidez.
Me limpié la boca y los observé, ambos tenían expresiones abatidas. Ya todo había terminado, él me había desterrado, así que estaba en la casa de una manada a la que ya no pertenecía.
—Por favor, no nos dejes —Diego rompió el silencio tenso, con una cara de cachorro triste, lo que me sacó una sonrisa.
—No tengo opción. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Media hora desde que te desmayaste —respondió Diana.
—Eso significa que solo me queda una hora y media antes de que los efectos del destierro comiencen a manifestarse —dije.
Se necesitaban dos horas para que el destierro fuese completo, y cuando eso sucediera, los hombres de Elías me expulsarían de la manada por la fuerza.
—Lo sé, pero… —la mandíbula de Diego tembló mientras contenía las lág