El silencio había sido su único compañero desde que Isabel se marchó con Ares.
Logan condujo durante horas sin rumbo, con los nudillos blancos aferrados al volante, con los recuerdos atravesándole el pecho como cuchillas oxidadas. La última imagen de Isabel, presa en los brazos de su enemigo, aferrándose a él como si fuera su único refugio, lo había perseguido incluso cuando cerraba los ojos.
Había hecho todo lo posible. La había cuidado cuando no recordaba quién era, cuando despertaba en medio de la noche, llorando, confundida, perdida. Había estado allí para calmar sus pesadillas, para preparar sus infusiones, para cubrirla con una manta en los días en que se negaba a levantarse, pero no era suficiente. Nunca lo fue.
Isabel se había ido con él. Con Ares.
Durante días, Logan intentó convencerse de que era lo mejor. Que ella estaba mejor con su destinado, con sus recuerdos, aunque eso significara olvidarlo. Aunque significara borrarlo, pero algo dentro de él no lo dejó rendirse. No tod