Había pasado una semana desde que Lucía despertó.
Una semana desde que abrió los ojos en esa habitación llena de aromas a incienso, con el rostro de Henrry mirándola como si acabara de volver de la muerte… porque eso era exactamente lo que había hecho. Regresó del abismo.
Recordaba su nombre, su historia, y los ojos grises del hombre que la había amado, incluso cuando ella no sabía quién era, pero recordar no significaba sanar. No del todo.
A veces, en medio de una conversación, su voz cambiaba sutilmente y su mirada se volvía filosa o una sombra invisible se posaba sobre ella, robándole el aliento. Las cicatrices no eran solo físicas. El hechizo aún estaba allí.
Oscuro, persistente, aguardando como un parásito en su interior. Un huésped no invitado que no quería irse.
—¿Te duele? —Preguntó Henrry en voz baja mientras la ayudaba a sentarse, después de un nuevo ataque de desorientación. La habitación aún olía a sangre y magia antigua.
Lucía apretó los dientes. No le gustaba mostr